miércoles, 30 de diciembre de 2015



Quién diría que las cosas pasarían así. Se han suscitado de una forma que no esperaba. Debí imaginarlo. Era obvio. Solo que no quise verlo. 
Ahora estoy aquí. Siento que el tiempo se ha detenido, o que pasa dolorosamente muy lento. 
Sus labios se mueven, me está hablando, sus manos retienen las mías con suaves caricias. Intenta reconfortarme, qué todo sea leve. 
Y eso es tan irónico como estúpido.

Mis sentidos se han cerrado, solo mis ojos y un profundo pero suave dolor en el pecho me hacen saber que estoy viva. 

De pronto, las repentinas lágrimas en sus ojos hacen mella en mi inesperada indolencia, y eso es algo que no puedo soportar. 

Nunca me gustó verla llorar, y más si soy la culpable. No obstante, no siento ser la razón de éstas. 
Aun así, como un súbito despertar, la insensibilidad desaparece. Siento mis manos entre las suyas; en las caracolas de mi oído llegan juguetonas sus palabras; mis labios buscan anhelantes algo de humedad; y el suave dolor en mi corazón no encuentra más barreras, lo traspasa colmando los rincones de mi alma ahora ya cansada.  

Me siento desvanecer cuando todo empieza a tener sentido. 

- Mereces a una mujer que te ame. 

Sí, yo no soy la razón de esas lágrimas, es la culpa la que las derrama. 

¡Quiero llorar! ¡Quiero gritar! El dolor es muy fuerte. La herida que creí cicatrizada se está volviendo a abrir, con mayor amplitud, y sin compasión. 

Ámame. Vuelve a sentir ese amor que se vanagloriaba existir. Ámame. 

Su culpa y sus palabras vacías, están hinchando un ápice de mi orgullo. Pero mi alma quiere rogar por su amor. 

¡Cielos! ¡Ya no lo soporto!     

Suelto mis manos de su soporte, tomo su rostro entre ellas y le limpio las lágrimas con los pulgares; humedezco mis labios con mi lengua y le digo a su conmovido rostro. 

- No llores. Tienes razón, aunque yo esperaba que fueras tú aquella mujer. Lamento profundamente que tu amor haya acabado, pero espero sinceramente, no se acabe para ella y el suyo no termine para ti. Sé feliz. 

Le doy una última sonrisa, suelto su rostro, no sin antes acariciar sus labios, empapándolos con sus lágrimas, y dejo que mi alma vocifere su amor en silencio con la más tierna caricia de mis ojos. 
Me levanto de la silla y camino sin mirar atrás. Detengo un taxi y solo le digo: Sácame de aquí.     


Fin