jueves, 14 de abril de 2011

Un día de lluvia...


Día de lluvia y de empezar a escribir algo. No sé por qué momentos así me tienden a inspirar más que de costumbre. Será por ese lado gris y oscuro rasando los colores de la melancolía o por el simple hecho de gustarme los días lluviosos. Prefiero puntualizar lo último ya que los colores en días como estos no pintan mi estado.

En días como hoy, a veces, mientras me resguardo entre sábanas recuerdo los sueños escuchando al agua caer, y si no me apremia el tiempo me detengo frente a la ventana para mirar el paisaje de casas, asfalto húmedo y cielo gris.

Hoy me tomé el tiempo de hacer ambas. Desperté por costumbre -fuera de la bulla de la alarma de mi celular-, y antes de levantarme me quedé enredada en la frazada de mi cama y con los ojos cerrados me dediqué a escuchar a la lluvia golpear las hojas del árbol frente a mi ventana. Un sonido que suavemente llegaba a mis oídos así como el golpe de las gotas sobre los charcos. Pero esta vez el recuento de los sueños tenidos fue apartado por la mujer que hace mucho dejé atrás y cuyo nombre vino a mi mente haciendo eco en mi voz.

A veces es tan extraño cómo es que la vida te da señales; unos pequeños detalles que dejas pasar sin darte cuenta, o que al verlos los haces tan grandes que transforman y diferencia tus días del resto. Y es por esos detalles que sé debo regresar porque a pesar de mi inhabitual presencia, lo perceptible e imperceptible que permito que sea, pienso, no es suficiente. Tratar de alguna forma sepa que la estoy buscando, esperando paciente a que quiera, por lo menos, hablarme.

En esas cavilaciones estaba hasta que el celular me volvió a anunciar la hora de salir de la comodidad, desesperesarme, levantarme y prepararme para salir al trabajo.

En tanto terminaba mi desayuno, me paré frente a la ventana que tiene la sala, y así mirar el paisaje que esta vez me regalaba la lluvia. Abrí la ventana y me dejé tocar por el suave viento que trae consigo la lluvia. Y su nombre volvió a hacer eco en mi mente. Me pregunté en lo que estaría soñando; acaso habré ingresado misteriosamente en ellos en algún momento? lo recordará al despertar? No lo sé ni lo sabré. Fueron solo preguntas que mi pensamiento terminó por regarle al viento.

Antes de cerrar la ventana, miré el cielo gris y dije: sigue durmiendo mí adorada dormilona. Regalándole una sonrisa al día por mis ocurrencias cerré los ojos para besar delicadamente a la cabecita que se ocultaba de mí entre frazadas y en un susurro le dije: adiós, mi amor.