sábado, 21 de noviembre de 2009
lunes, 2 de noviembre de 2009
Innocent Eyes
Parece que los ruidos no pararán. Los estruendos cada vez son más fuertes. Mueven los cimientos de la casa tanto que las huellas de sus heridas son más evidentes a cada golpe.
Tengo que arriesgarme y salir; el problema es ¿adónde? Todo está lleno de peligro afuera. Sin embargo aquí dentro tampoco deja de asomarse cada vez más.
Necesito algo seguro. Voy a salir del sótano y mirar fuera; pero algo me detiene, giro para ver qué es, y sus ojos llenos de temor golpean mis arrebatos.
“Solo voy a ver…no te preocupes” Le digo tomando sus manos entre las mías. Y al ver calmados sus miedos, emprendo la marcha.
Ya estoy en lo que queda de la ventana de mi sala; el crujido debajo de mis zapatos al pisar los pedazos de vidrios que quedan en todo el piso me estremecen, el ruido diferente a los golpes sordos que hace la tierra cuando la perforan es más continuo para mis sentidos. La imagen fuera de la ventana me enseña un cielo cubierto de sangre en donde el aire huele a ceniza; las calles parecen vacías, todo se ve destruido. Y es el vacío, a pesar de lo imprevisto de los ruidos, lo que ahora me lleva a decidir salir en busca de un lugar más seguro.
De regreso al sótano. Al ver a mi mujer con una niña entre brazos, esta vez soy yo quien se llena de preocupación. Me arrodillo frente a ambas y acaricio el cabello de la pequeña. La caricia no pasó desapercibida para mi propio instinto. La niña descobija su rostro del pecho de su madre y me mira. El reflejo de la mujer, que la abrazaba, mucho más joven, con la diferencia de que a sus ojos los cubre el tinte azul de los míos, me hace saber que es nuestra hija.
De pronto el descubrimiento es interrumpido por un estruendo que sacude violentamente los cimientos de nuestra casa.
La niña se suelta del abrazo seguro de su madre para rodearse con el mío. Las abrazo y cubro con mi cuerpo esperando que todo pase.
La casa hace un pequeño gemido de dolor. El golpe ha sido demasiado intenso, tanto que el olor de la ceniza penetró hasta el punto de contaminar el poco aire puro que tenemos en el refugio.
Esto me alerta a emprender la marcha cuanto antes. No puedo arriesgarme a que en otro bombardeo la casa ceda con nosotras dentro.
El problema ya no es solo el dónde, sino es decidir si salir junto a ellas en busca de ello, o salir sola y buscarlo antes de llevarlas conmigo. Ambas opciones son un riesgo. No quiero perderlas fuera o aquí dentro; sin embargo, tenemos que salir a como dé lugar.
Entablando una conversación, con la mujer de mis sentidos, decido salir primero para revisar la zona con detenimiento y regresar en busca de ellas para juntas encontrar algo mejor.
Ya en la puerta de la casa, la abro cuidadosamente, y al no observar a nadie por el momento, intento salir para revisar el entorno. Pero esta vez una pequeña mano, cogiendo la manga de mi camisa, me evita avanzar.
Cierro la puerta y descendiendo a la altura de mi hija. Soy rodeada por sus pequeños brazos en mi cuello. Su vocecita tímidamente me pide que me cuide. La tranquilizo en mis brazos. Al separarla de mi protección, levanto su carita gacha llena de lágrimas; limpio delicadamente su rostro con mi mano, y colocando sus rebeldes cabellos rubios detrás de sus pequeñas orejas, le aseguro que regresaré por ella y su madre. Que solo quiero revisar a que no haya ninguna persona mala afuera.
Desgraciadamente mis palabras en vez de calmarla, la hacen llorar más. Vuelve a abrazarme y pide que no salga; porque siempre había personas malas que querían separarme de ella.
Por un momento estoy a punto de llorar, pero presionando fuertemente mi mandíbula obligo a retroceder al llanto.
La mujer a mi lado comenzó a acariciar mi cabeza; y al mirarla, la angelical sonrisa que dominan siempre sus labios, me hace saber de su apoyo incondicional.
Elevando a la niña en mis brazos le aseguro que nada ni nadie me separarán de ella y de su madre. Se lo prometía.
Antes de colocarla en brazos de su madre, beso dulcemente su frente y vuelvo a limpiar sus lágrimas.
Mirando mi vida frente a mis ojos, beso delicadamente a mi esposa y le digo que volveré en unos minutos. Ella sonríe y me dice que me cuide y que me estarán esperando. Asiento con un ligero movimiento de mi cabeza y salgo de casa rápidamente.
Como había visto antes de salir. La ausencia de personas reina en la calle, pero tengo que asegurarme. No puedo arriesgarme a sacarlas para correr más peligro del que ya hay estando dentro de esa casa a punto de derrumbarse.
Llego a la esquina más cercana de la calle, con cuidado busco rastros de peligro, y lo que encuentro no me agrada. El tinte sangriento del cielo también ha teñido esta parte; incluso el olor no solo sabe a ceniza. La muerte ha marcado muy bien su dominio. La idea de cruzar este camino queda descartada. No me queda más que apresurarme hasta la otra esquina.
Sin darme tiempo a pensar, corro para asegurarme de su seguridad antes de sacarlas. Totalmente cansada, llego y veo que también está ocupado por la muerte. Aún así, los cuerpos en el camino son menos trastornantes, al matadero que se observa en la esquina posterior.
Busco algunas armas útiles entre los cuerpos, y así llevarlas conmigo como parte de la protección. En esta faena estoy cuando una especie de silbido agudo se abre camino entre el tinte rojo del cielo. Miro rápidamente el cielo, con una escopeta en mi mano; y fue cuando caigo en la cuenta de lo que es. Empiezo la retirada lo más rápido que puedo.
El sonido aumenta su cercanía y mis pasos, de pronto, son más lentos. Parece que no voy a llegar. Como apoyo grito sus nombres esperando me escuchen y salgan de la casa.
La mirada fija en la puerta de mi hogar. Me llena de temor e impotencia. Me vienen a la cabeza mis propias palabras… “nada ni nadie me separará de ella y de su madre…”… “Se lo prometí”…Repito de pronto mis falsas palabras “¡Se lo prometí!”…Con los ojos llenos de lágrimas, tiro el arma y miro con temor el cielo y veo al misil cada vez más cerca de casa. Empiezo a correr más rápido y la voz se hace nada con el fuerte sonido que hace el misil al caer destruyendo mi hogar y todo mi mundo dentro de ella…
Mis ojos se llenan de lágrimas con la imagen de la destrucción fija en mi alma.
La fuerte luz del día me hace saber que las nubes llenas de sangre ya no están, y que mi hogar se desvaneció junto a mis sueños.
La visión del amanecer entrando por mi ventana es cambiada por el cuerpo que comparte mi cama. Su espalda la veo tan desprotegida a pesar de estar a mi lado. Con cuidado de no interrumpir sus sueños, me acerco y rodeo con uno de mis brazos su cintura. Dejo que mi rostro descanse en la espesura de sus cabellos para así perderme en su olor y calmar mis temores en su cercanía. De pronto los acontecimientos hacen presencia en mis recuerdos. Mi mano, que descansa en su cintura, la desciendo en busca de su vientre y con lágrimas en los ojos le digo a sus sueños: “Te lo prometo”.
FIN