Quién diría
que las cosas pasarían así. Se han suscitado de una forma que no esperaba. Debí
imaginarlo. Era obvio. Solo que no quise verlo.
Ahora estoy
aquí. Siento que el tiempo se ha detenido, o que pasa dolorosamente muy lento.
Sus labios se
mueven, me está hablando, sus manos retienen las mías con suaves caricias.
Intenta reconfortarme, qué todo sea leve.
Y eso es tan
irónico como estúpido.
Mis sentidos
se han cerrado, solo mis ojos y un profundo pero suave dolor en el pecho me
hacen saber que estoy viva.
De pronto, las
repentinas lágrimas en sus ojos hacen mella en mi inesperada indolencia, y eso
es algo que no puedo soportar.
Nunca me gustó
verla llorar, y más si soy la culpable. No obstante, no siento ser la razón de
éstas.
Aun así, como
un súbito despertar, la insensibilidad desaparece. Siento mis manos entre las
suyas; en las caracolas de mi oído llegan juguetonas sus palabras; mis labios
buscan anhelantes algo de humedad; y el suave dolor en mi corazón no encuentra
más barreras, lo traspasa colmando los rincones de mi alma ahora ya cansada.
Me siento
desvanecer cuando todo empieza a tener sentido.
- Mereces a
una mujer que te ame.
Sí, yo no soy
la razón de esas lágrimas, es la culpa la que las derrama.
¡Quiero
llorar! ¡Quiero gritar! El dolor es muy fuerte. La herida que creí cicatrizada
se está volviendo a abrir, con mayor amplitud, y sin compasión.
Ámame. Vuelve
a sentir ese amor que se vanagloriaba existir. Ámame.
Su culpa y sus
palabras vacías, están hinchando un ápice de mi orgullo. Pero mi alma quiere
rogar por su amor.
¡Cielos! ¡Ya
no lo soporto!
Suelto mis
manos de su soporte, tomo su rostro entre ellas y le limpio las lágrimas con
los pulgares; humedezco mis labios con mi lengua y le digo a su conmovido
rostro.
- No llores.
Tienes razón, aunque yo esperaba que fueras tú aquella mujer. Lamento
profundamente que tu amor haya acabado, pero espero sinceramente, no se acabe
para ella y el suyo no termine para ti. Sé feliz.
Le doy una
última sonrisa, suelto su rostro, no sin antes acariciar sus labios, empapándolos
con sus lágrimas, y dejo que mi alma vocifere su amor en silencio con la más
tierna caricia de mis ojos.
Me levanto de
la silla y camino sin mirar atrás. Detengo un taxi y solo le digo: Sácame de
aquí.
Fin