He visto dos libélulas rodeando mi espacio, margaritas robándome una sonrisa, un nombre escabulléndose de entre el resto de palabras.
Todos, pequeños detalles que me recuerdan a ti. Extraño, lo sé. Pero son aquellas cosas, entre otras, las que me remarcan tu presencia en mí. Aquellas que no permiten tu escape de mis pensamientos. Las que me dicen de algún modo "sabrás de ella, no solo por recuerdos".
En unos días será tú cumpleaños, y no sé si romper la promesa que te hice hace mucho tiempo. No quiero hacerlo, aunque algo me dice que debo olvidarlo, qué es mejor.
Miro el calendario, cuento los días que faltan y sigo calculando el envío. Falta poco y los trece días que demoraría en llegar, se me esfuman en el tiempo, tan rápido, qué duele.
Cómo quisiera que todo fuera diferente, que se hubiera entendido la razón de tantos envíos a fines de cada año. Más no fue así. Y no importa cuanto explique o me tome la molestia de decirlo, no se entenderá.
Creo que a veces es difícil entender lo poco que uno puede hacer para querer estar presente en ese espacio personal, en el que personalmente no puedes estar.
Qué el calor que le puedes dar con tu cuerpo, y así protegerla del frío, lo haga por ti una simple bufanda. El velar sus sueños y cuando se sienta sola, esa estrella de tela le hará saber que la distancia puede ser mucha más no está sola.
Sí, siento que jamás se creerá. Y si alguna vez se acepta, no necesariamente se comprenderá.
Ya quedan siete días para decir: Feliz cumpleaños, o siete días para decir: Adiós (mi amor).