A veces tiendo a recordar las
navidades de cuando era una niña. Sí, ya hace mucho de ello. Mi cabello
encanecido me lo recuerda.
Yo no fui de los niños que creía en Papa
Noel; más por la forma en la que fui criada, y por como recibíamos ese momento,
lo que no me hizo siquiera imaginar en que alguna vez existió el famoso Noel.
Estuve al tanto de su imagen por películas.
Mis abuelos y mi tía abuela, me enseñaron
que ese día era un evento muy importante; en el que se compartía gratos
momentos en unión familiar; incluso, no importaba qué tan pequeño eras, también
podías ser capaz de regalar, no solo tu alegría de niño y agradecimiento a los
obsequios del momento sino a ofrecer a cambio otro pequeño. Por lo menos, lo
que permitía comprar las mesadas de todo el año.
Pero lo más emocionante de esos momentos
era ayudar a preparar la casa de mis abuelos para el evento. Recuerdo que con
ellos, mi tía abuela, y algunas veces mis hermanos; después de limpiada la sala-comedor
y principalmente el lugar donde iría el nacimiento y el árbol, se sacaban las
cajas conteniendo todo para armarlos y adornar las paredes de la sala.
Lo que más me gustaba era armar el
nacimiento, esto llevaba más tiempo, pero no importaba. Primero dejábamos que
mi abuelo o algún hermano mayor se encargara de acomodar las cajas ya vacías de
forma que pareciera una pequeña colina; luego se cubría con el papel verde y muchas pintas de colores, hasta
que por fin podíamos colocar uno a uno los pequeños animales de juguete en esas
empinadas laderas. Había muchos animalitos de juguete, entre vacas, un tigre,
un león, ciervos, ovejas, un gallo, entre otros personajes. Una vez terminado
el sendero, mi abuela llegaba con la cajita que contenía a los principales de
todo el nacimiento: Los reyes magos, María, José, el arcángel Miguel que era
colocado en la cima de la colina, un burro y una vaca más grandes a los que
subían. Todos ellos eran colocados en su lugar, pero el niño Jesús no era
puesto sino hasta que lleguen las doce del veinticinco de diciembre. En su
lugar solo se llenaba de un papel cortado en delgadas hileras que simulaba al
heno del pesebre. Era lindo verlo terminado. Sí, eso es lo que más me gustaba
de las navidades de mi niñez. Además claro, de ver en el centro del comedor,
una mesa repleta de juguetes -entre los que se encontraban los que yo y mi
hermana regalaríamos-, y por supuesto a toda la familia reunida. Mis tíos,
primos y abuelos por parte de mi padre, a veces mis abuelos de parte de mi
madre. Rara vez, pasada la media noche llegaban algunos tíos de parte de mi
madre para saludar y unirse a la celebración.
Pero bueno. Al llegar las doce -antes de repartir
los regalos- mi abuela, sacaba al niño Jesús de su cofrecito y lo
colocaba en su lugar, en el pesebre, a la vista de sus padres. Mientras tanto,
todos tomábamos un lugar para sentarnos en el entorno de la sala. Los niños
siempre emocionados intentábamos sentarnos en las sillas laterales junto a la
mesa repleta de regalos, o al lado de nuestros padres. Mi tío, daba
inicio emitiendo un discurso. Por desgracia no recuerdo alguno de sus
discursos. Tengo mala memoria para ciertas cosas. Terminadas sus palabras, él
mismo empezaba con la repartición. Tomaba uno a uno los regalos de la mesa y
leía el nombre de la persona al que le pertenecía y de parte de quién lo
recibía, el mencionado tenía que acercarse a recibirlo y dar las gracias.
Los pequeños que, éramos los que
obviamente recibíamos juguetes, terminada la ceremonia corríamos a abrir los
regalos. Cuando requerían armarse, los hermanos mayores se ponían manos a la
obra en ello, una vez listo, no dejábamos de jugar hasta casi llegada la luz
del día; nuestros padres haciendo maravillas para que no nos distrajéramos
tanto, cenemos y durmiéramos. Pero díganme:
¿quién le quita la emoción a un niño de tener un nuevo juguete entre manos?
……..Sí qué extraño aquellas navidades. Añoro aquellos días de mi niñez. Era un
compartir único, había una magia que con el tiempo se fue perdiendo.
Lamentablemente todo cambia cuando uno crece.
Por ello, no dejen de atesorar todos los
momentos especiales, por más pequeño que sea, aunque solo dure unas horas y
pequeños minutos. Compartan todo lo que se pueda mientras puedan hacerlo,
porque una vez que pasan ya no vuelven más.
Aunque dependa de nosotros mismos su retorno, aun así, no suelen tener
la misma esencia.
¡¡QUÉ TENGAN UNA
FELIZ NAVIDAD TODOS!!
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