martes, 4 de diciembre de 2012

Navidad...


A veces tiendo a recordar las navidades de cuando era una niña. Sí, ya hace mucho de ello. Mi cabello encanecido me lo recuerda.

Yo no fui de los niños que creía en Papa Noel; más por la forma en la que fui criada, y por como recibíamos ese momento, lo que no me hizo siquiera imaginar en que alguna vez existió el famoso Noel. Estuve al tanto de su imagen por películas.   

Mis abuelos y mi tía abuela, me enseñaron que ese día era un evento muy importante; en el que se compartía gratos momentos en unión familiar; incluso, no importaba qué tan pequeño eras, también podías ser capaz de regalar, no solo tu alegría de niño y agradecimiento a los obsequios del momento sino a ofrecer a cambio otro pequeño. Por lo menos, lo que permitía comprar las mesadas de todo el año.

Pero lo más emocionante de esos momentos era ayudar a preparar la casa de mis abuelos para el evento. Recuerdo que con ellos, mi tía abuela, y algunas veces mis hermanos; después de limpiada la sala-comedor y principalmente el lugar donde iría el nacimiento y el árbol, se sacaban las cajas conteniendo todo para armarlos y adornar las paredes de la sala.              

Lo que más me gustaba era armar el nacimiento, esto llevaba más tiempo, pero no importaba. Primero dejábamos que mi abuelo o algún hermano mayor se encargara de acomodar las cajas ya vacías de forma que pareciera una pequeña colina; luego se cubría con el  papel verde y muchas pintas de colores, hasta que por fin podíamos colocar uno a uno los pequeños animales de juguete en esas empinadas laderas. Había muchos animalitos de juguete, entre vacas, un tigre, un león, ciervos, ovejas, un gallo, entre otros personajes. Una vez terminado el sendero, mi abuela llegaba con la cajita que contenía a los principales de todo el nacimiento: Los reyes magos, María, José, el arcángel Miguel que era colocado en la cima de la colina, un burro y una vaca más grandes a los que subían. Todos ellos eran colocados en su lugar, pero el niño Jesús no era puesto sino hasta que lleguen las doce del veinticinco de diciembre. En su lugar solo se llenaba de un papel cortado en delgadas hileras que simulaba al heno del pesebre. Era lindo verlo terminado. Sí, eso es lo que más me gustaba de las navidades de mi niñez. Además claro, de ver en el centro del comedor, una mesa repleta de juguetes -entre los que se encontraban los que yo y mi hermana regalaríamos-, y por supuesto a toda la familia reunida. Mis tíos, primos y abuelos por parte de mi padre, a veces mis abuelos de parte de mi madre. Rara vez, pasada la media noche llegaban algunos tíos de parte de mi madre para saludar y unirse a la celebración.

Pero bueno. Al llegar las doce -antes de repartir los regalos- mi abuela, sacaba al niño Jesús de su cofrecito y lo colocaba en su lugar, en el pesebre, a la vista de sus padres. Mientras tanto, todos tomábamos un lugar para sentarnos en el entorno de la sala. Los niños siempre emocionados intentábamos sentarnos en las sillas laterales junto a la mesa repleta de regalos, o al lado de nuestros padres. Mi tío, daba inicio emitiendo un discurso. Por desgracia no recuerdo alguno de sus discursos. Tengo mala memoria para ciertas cosas. Terminadas sus palabras, él mismo empezaba con la repartición. Tomaba uno a uno los regalos de la mesa y leía el nombre de la persona al que le pertenecía y de parte de quién lo recibía, el mencionado tenía que acercarse a recibirlo y dar las gracias.

Los pequeños que, éramos los que obviamente recibíamos juguetes, terminada la ceremonia corríamos a abrir los regalos. Cuando requerían armarse, los hermanos mayores se ponían manos a la obra en ello, una vez listo, no dejábamos de jugar hasta casi llegada la luz del día; nuestros padres haciendo maravillas para que no nos distrajéramos tanto, cenemos y durmiéramos.  Pero díganme: ¿quién le quita la emoción a un niño de tener un nuevo juguete entre manos? ……..Sí qué extraño aquellas navidades. Añoro aquellos días de mi niñez. Era un compartir único, había una magia que con el tiempo se fue perdiendo. Lamentablemente todo cambia cuando uno crece. 

Por ello, no dejen de atesorar todos los momentos especiales, por más pequeño que sea, aunque solo dure unas horas y pequeños minutos. Compartan todo lo que se pueda mientras puedan hacerlo, porque una vez que pasan ya no vuelven más.  Aunque dependa de nosotros mismos su retorno, aun así, no suelen tener la misma esencia.  

¡¡QUÉ TENGAN UNA FELIZ NAVIDAD TODOS!!

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