lunes, 17 de agosto de 2009

A punto de un ataque por mi falta de ubicación. Angustiada por la claridad taciturna que se asomaba por la ventana de mi cuarto, miré la hora en el celular que me acompañaba honroso al lado de mi almohada y la hora y fecha me desconcertaron más. Ya era tarde. No había colocado el despertador, mi madre me había dejado dormir de más. ¿Aún era domingo? ¿Ayer había sido sábado? ¿Las 5? ¡¡Qué pasaba aquí!! Ubiqué el calendario en el celular, no había error, no estaba dañado. Eran las 5 p.m. del domingo. Al fin caí en la cuenta que el shock era exagerado. Al parecer había dormido tan profundamente -aunque sólo hayan sido 3 horas- que al despertar creí que ya era otro día.
Más tranquila y viendo al alma regresar por la puerta para volver a ocupar su lugar, observé que el cuarto frente al mío se hallaba vacío, escuché que mi hermana rondaba por la sala y cocina, al parecer éramos las únicas en casa.
Reviso los mensajes en el celular. La preocupación de una amiga no pasó desapercibida para mi propio subconsciente, ella tenía razón, a mí tampoco me gusta el problema continuo que tiene mi salud. No me agrada la idea de vivir dependiente de pastillas o transfusiones. Y encima ahora tengo el problema de una fractura en mi pie izquierdo. Pensé que este año no iba a tener que pasar por el consultorio de ningún tipo de médico. Por lo menos, hasta el momento, no he pisado otra sala de operaciones, y no quiero volver a pisar una. La última ya había sido traumática.
Por más berrinches que esté haciendo o digan que hago, ¿a quién le agradan los hospitales? a excepción de los estudiosos en medicina. Estos problemas estaban complicando mis planes. En fin, no me queda más que esperar a que el médico vea los resultados y dicte las indicaciones.
Dejando a un lado lo inoportuno de mi salud. Me preparé a enfriar el calor del cuerpo con una ducha bien fría; luego, ya con la cabeza en su lugar decidí darme un salto por estos lares y ahogar lo que pueda en lo personal de mi blog.
 

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