domingo, 4 de octubre de 2009

Un libro más entre mis manos. Esta vez Anais Nin no dejó de llamar mi atención como lo hizo hace mucho tiempo, con la obra: "corazón cuarteado", y de cuya lectura no pude evitar quedar prendada por las palabras de Djuna: "... mientras el actor es respetado por crear una ilusión en el escenario, nadie es respetado por querer crear una ilusión en la vida..."

Algunas veces ciertas palabras dejan interesantes conclusiones en nuestra forma de pensar, que pueden, incluso, romper una lógica poco comprendida por muchos.

Pero no quiero hablar ni explicar la verdad de estas palabras, que ya de por sí hablan por sí solas. Diré solo que: las palabras no solo son palabras.

Hoy dejé atrás las aulas del instituto para ir en busca, no solo de mis anteojos, sino de un nuevo libro, o por lo menos intentar nuevamente encontrar algo que vuelva a llamar mi atención.

Dando vueltas por el sinfín de títulos, encontré algo muy interesante: “No busco novio” que es un blog hecho libro de la periodista Peruana Esther Vargas. Después de leer la contratapa, me decidí a comprarlo, no sin antes agotar todas las posibilidades de otra editorial.

Hasta que volví a encontrar a Anais, y su obra: “Henry Miller, su mujer y yo”. Obra personal como la mayoría de sus escritos.

Luego de tener los dos libros, uno en cada mano, los precios abismalmente contrarios me llevan mentalmente a sacar las cuentas debidas. Ya tenía la disposición de aumentar mis diccionarios de lengua Italiana así que luego de pasar por la sección de diccionarios y elegir el que se iría conmigo, me quedaba el saldo esperado para comprar el libro de Vargas.

Me dije: “¿Qué pasará si lo compro?”… creo que nada, igual, si no lo hago ahora, será después…

Dejé el libro de Vargas en su lugar y miré a Nin una vez más. Volví a leer la contratapa.

Decidido: “te llevaré conmigo”

Al salir de la librería me dieron ganas de empezar lo que hace mucho quise hacer. Fui al espacio de comidas de frente a la heladería; no compré un helado pero sí una bebida helada y un pedazo de pastel para acompañar.

La música un poco estridente no evitó que desembolsara el libro y dé inicio a la lectura. Entre cucharada y sorbo, mis ojos no dejaban de leer la nueva adquisición. Cuando terminé de leer las treinta primeras páginas, coloqué el separador en la última hoja leída y cerré el libro. Tenía que terminar de consumir lo que creí había acabado para retornar a casa.

Me había colocado a unos cien metros del área de juegos. Miraba las recreaciones hasta que una chica llamó a mi curiosidad, su vestimenta me dijo que era una trabajadora de ese lugar, ella hablaba con un muchacho -fuera del ambiente- y al terminar ingresó a su puesto.

Al apreciarla y perderla de vista, atraje los recuerdos de unas palabras difíciles de olvidar, eché un vistazo –en la memoria– a las leídas en el libro y llegué a la conclusión de que no había hecho una mala elección.

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