Solas en la habitación. Yo inclinada en la puerta cerrada tras de mí y con los brazos cruzados; ella sentada en la cama, envuelta en ese silencio aprendido que tanto detesta en mí. Sus manos nerviosas juegan entre ellas sin saber a qué. Siento su frustración uniéndose a la mía, y no sé si acercarme o darle esta distancia; dejarla pensar en sus palabras mientras repaso mi discurso tontamente ideado para romper la muralla que construyó.
Deja la cama y se acerca a la gran ventana que nos muestra el ocaso cada tarde. Otro que, al parecer, volverá a pasar desapercibido, uniéndose a los que dejamos de admirar juntas desde nuestra extraña separación.
Recuerdo el día que decidimos comprar el apartamento; la inmobiliaria logró mostrárnoslo una tarde en la que conseguimos ubicar un hueco en nuestra agenda de trabajo. Entramos a la habitación y lo que dominaba más era esa ventana. Nos acercamos para mirar el pequeño paisaje urbano y nos topamos con el más maravilloso ocaso de primavera. Con ella entre mis brazos fuimos testigos de la muerte del día y la resurrección de la noche. A ambas nos gusta el crepúsculo, ser espectador de su singular diferencia en los días de cada estación. Así como lograr definir –no solo por las fechas–, en el color del cielo el cambio de estación en un continente en el que no son tan marcados. Una manía que no pensé encontrar en nadie y que a ella encantó.
Me aparto de la puerta y acerco a ella. Sin palabras optamos por no dejar pasar este atardecer juntas, aunque sea una al lado de la otra, sin tocarnos.
Me muerdo el labio aguantándome las ganas de abrazarla. Tomo el marco de la ventana mientras mi mano, cerca a la suya, se cierra en un puño esperando.
- Estás sangrando.
Mi mirada se había perdido en los colores del día marchándose y en la imposibilidad dominante, que cuando sus palabras llegan me regresan a una realidad que deja de ser igual.
La veo frente a mí con un paño húmedo en alcohol limpiando delicadamente los resquicios de sangre en mis labios. El sabor a sangre me pasó desapercibido con la contienda que me impusieron las ganas. Hasta el hincón de dolor desapareció cuando sentí sus manos curándome y vi sus ojos preocupados atentos a mí.
Quiero hablar pero olvidé el discurso. No sé qué decir. Deseo abrazarla y es lo que hago. Frente a la ventana las dos en un abrazo necesitado. Cierro mis ojos para solo sentir. Sus latidos son tan fuertes que los puedo escuchar, ¿o son los míos?, no lo sé.
No sé cuánto tiempo ha pasado en este abrazo. La habitación está casi a oscuras, las luces de los faroles entrando por la ventana la llena de pálidas sombras. El inesperado tráfico en la calle interrumpió un instante al silencio, y si no fuera por este abrazo no me hubiera percatado de su sollozo. La aparto para ver su rostro que no me quiere mirar, con mi mano en su barbilla delicadamente lo elevo, sus ojos me hicieron sentir su tristeza, limpio sus lágrimas con mis manos y besando su frente le digo:
- Todo estará bien.
Se aleja de mi protección para hundirse en la oscuridad que le ofrecía las cortinas de la ventana. Pero parte de su perfil se ve iluminado por la luz de la luna, cuando se acerca a mirarla. Ese cambio repentino me desconcertó. En un momento creí que las cosas se estaban arreglando, o por lo menos estábamos llegando a algo.
– Tenemos que terminar.
Las palabras que le siguió a su alejado silencio me cayeron como un balde de agua fría. ¿Qué ha pasado? Tuve claro que terminar la relación, minutos antes, no era una opción, o esa siempre la fue y no me di cuenta.
– ¿Terminar, qué?
Necesito entender su definición. Muchas veces habíamos puesto fin a nuestro noviazgo por tontos celos.
- Terminar nuestra relación o lo que llamamos relación.
Esa fría terminación no la esperaba. Me acerco impaciente sin importarme nada, tomo sus hombros y la giro para que me lo diga de frente. Igual sigue teniendo la ventaja de la tenuidad de la luz en la habitación.
– ¿Por qué?
- Y todavía lo preguntas…Yo… ya no puedo más. No quiero seguir así.
- Yo tampoco puedo…No quiero seguir esperando a tus ganas de hablarme, una migaja de tus atenciones, un espacio en tu tiempo, no lo quiero más.
De pronto expulsa mis manos de sus hombros, sus ojos a la luz se tornaron fríos y se aleja sin dejar de mirarme fijamente.
– ¡Já! Jamás pensé que llegarías a ser tan descarada, Andrea.
- ¿De qué hablas?
- No te hagas la víctima, la que debería reclamar por migajas soy yo. Pero no lo haré porque sabía muy bien a lo que me atenía cuando decidí formar una vida contigo.
Me cansa esta vaga oscuridad. Enciendo las luces molesta para enfrentar los reproches sin ocultarnos más.
- ¡Pero qué demonios!... ¿Acaso esto era un reto?
- No seas ridícula.
- ¿Qué quieres que piense con lo que me dices?
- Sabes de lo que habló…y no me vuelvas a decir que no entiendes.
Cansada me siento en la cama y sin poder hacer más bajo la mirada. Fue entonces cuando entendí lo que pasaba. Tan ciega estaba que no había visto el problema. Tanta cavilación sin sentido, tanto tiempo perdido, dejando ir tanto amor por el escusado.
- Me pediste paciencia y tiempo porque no sabias cómo decirme adiós.
- Nos hemos lastimado mucho. ¿No crees que es mejor dejarlo así?
Su pregunta no tiene respuesta para mí. Quiero llorar pero algo no me deja. No sé lo que siento.
Escucho sus pisadas acercándose, se sienta a mi lado y tomando una de mis manos me pide mirarla.
- Andrea, mírame…es mejor que aclaremos las cosas ahora. Para mí también es difícil…Mírame, por favor.
El calor que siente mi fría mano en la suya me lleva al día que me pidió ser su novia. Un día difícil para ambas, estábamos llenas de dudas y miedos. Era la primera vez que yo tenía y formaba una relación, y para ella el segundo intento de formar algo sólido. Pues me dijo que yo era especial, que se enamoró de mí en el instante en que me vio, que le gustaba mi forma de ser; que era un encantador enigma, una caja de pandora que guardaba la ansiada esperanza de ser feliz.
Le rio por dentro a la ironía. Al parecer esta caja ya no posee la felicidad para ella. Al parecer mi destino es incompleto cuando se trata de amor. Al parecer… yo me tengo que quedar siempre amando sola.