Bajo el agua fría cayendo sobre mi cabeza y
recorriéndome el cuerpo, recordé las únicas palabras que mis ojos aferraron en
la memoria esa noche. Mis labios exhalaron esas frases con una amarga sonrisa:
Te quiero mucho, espero vuelvas pronto….antes de que me marche.
El corazón amenguo el dolor que resonaba en
la cabeza, mientras contemplaba el suyo algo distante cuando la tensión de los
hombros se relajaba con el agua.
Sentía tanta fragilidad que me preocupé. Y
contemplé la diferencia del dolor que podría sentir por el resto, ante la
fuerza con la que intentaba asordarlos por el propio. Esta vez la sensible era
yo, y no tenía palabras que pudieran eliminar lo que sentía.
Salí de la ducha, me cambie y busqué unas
pastillas para la migraña, tomándolas me dirigí a la habitación y encendí el
computador, busqué algo para leer y sintonicé una radio en red para distraerme.
Mientras todo cargaba, busqué un incienso y contemplándolo en mis manos junto
al fuego del encendedor, lo vi arder hasta que el rojo incandescente y el
relajante olor de mirra llegaron al fondo de mi confusa y dolorida memoria.
Decidí desconcentrarme de todo con la
lectura. El mañana llegaría pronto y sería otro día para olvidarme del pasado,
concentrarme en el presente sin preocuparme del futuro. Solo viviendo cada
instante como siempre lo había hecho, siguiendo mi psicología: concentrarme en
la realidad y apartando al dolor de la consciencia; sola, por lo menos hasta
que todo acabe.