– ¡Pónganlo a doscientos…Vamos atrás!…
Gritaba un hombre ataviado de blanco, en una sala infectada de ellos, tratando de revivir al cuerpo, tendido sobre la camilla, con un desfibrilador.
Pero nadie podía percatarse de lo que sucedía en torno a sus intentos.
El alma del inerte cuerpo salía, para dejarlo frío, sin vida. Y atender al llamado natural de la muerte. Quien distinguía su austera presencia, vistiendo elegantemente un traje negro.
_ ¿Qué?… ¿Por qué?
_ Tranquila, estás muriendo, te tratan de revivir.
El inerte cuerpo, dio un ligero salto ante el impacto. Pero nada, se negaba a regresar, así que el hombre de blanco no dudo volverlo a intentar. Aun sabiendas que un nuevo intento sería en vano.
– Una vez más… ¡póngalo a trescientos!… Atrás.
El sonido característico del electrocardiógrafo, siguió al golpe del cuerpo contra la camilla ensangrentada. Y por último, un sonido ensordecedor que no calmó al los esperanzados en aquel postrero intento.
_ Pero... Tengo que volver… ella me necesita.
_ Ya no puedes hacerlo, ha llegado tu hora.
_ No la puedo dejar sola, menos ahora.
_ No entiendes que ya…
_ ¡No!, tu no entiendes, acaso no lo ves, ella me necesita.
_…
_ Tengo que regresar…
_ …
_ Vamos no se rindan hagan un nuevo intento…por favor…tengo que regresar…por favor.
Las palabras eran inútiles tanto para el colector como para los inperspicaces vivientes. Sólo podían ser percibidos los gritos de desesperación que circundaba todo el esfuerzo, de quien al parecer era algo especial del inútil cuerpo, que yacía muerto en una de las camillas de la sala de urgencia del hospital.
Los ojos de todos los presentes dejaron al cuerpo y dieron paso a la solloza mujer que se abalanzo contra el cuerpo cuando el último intento fallo. Incluso ésta escuchaba apenas las últimas palabras del doctor indicando la hora del deceso:
– Hora de la muerte: diez y quince de la mañana…
– ¡REGRESA! ¡REGRESA! …No me dejes… Reacciona…– Eran las desgarradas palabras de dolor, emitidas por la desconsolada mujer que golpeaba al indefenso cuerpo ensangrentado, sin posibilidad de reaccionar –. No me puedes dejar, por favor regresa…
Sabía que eran inútiles sus intentos. Lo único que le quedaba era derramar las amargas lágrimas, recostada en el pecho de quien al parecer había dejado de luchar. Pero ella ni siquiera se imaginaba que la desesperada alma se debatía con su inesperado visitante para iniciar un viaje que se negaba emprender.
_ No te quiero dejar, no quiero… Por favor ayúdame a regresar ¡AYÚDAME!, acaso no estás aquí para eso.
_…
_ ¡DIME ALGO MALDICIÓN!
_ No puedo ayudarte, es inútil que pidas algo que no puedo hacer, ha llegado la hora de partir y no puedes hacer nada para evitarlo.
_ ¡NO!, tiene que haber algo.
La desconsolada alma desesperada trataba de buscar la forma de regresar, sin encontrar alguna.
Toda su vida paso sin querer ante sus ojos, y no lo entendía, se supone que eso sucede cuándo estás muriendo no cuando ya estás muerto, ¿o, no? Pero no pudo evitar la avalancha de recuerdos que le invadió. La remembranza de toda una vida feliz con la desvalida mujer que sollozaba ante su cuerpo sin vida, y de todas las decisiones que había embargado el estado en el que se encontraba su amada.
_ Por favor permite que me pueda escuchar, sólo eso te pido, por favor.
_ Eso no es posible.
_ Por favor, solo un momento, te lo ruego, por favor.
_ Lo siento.
_ ¡Demonios!, acaso no tienes corazón, no entiendes que necesita saber que no quiero alejarme de ella, que sólo es ¡mi maldita hora!
Únicamente le quedo expresar las palabras anheladas, al aire, sin que las escuchara el receptor deseado.
_ Si pudiera regresar lo haría, sabes que lo haría…Pero no te voy a dejar…Voy a estar siempre junto a ti. Aunque no puedas verme, siempre estaré a tu lado, sólo te pido que nunca te olvides de mí.
Meses después, donde las almas “disfrutan” del descanso eterno. Una rubia mujer, enlutada, estaba sentada en la verde hierba que le brindaba el lugar, hablándole a una fría lápida, como siempre lo hacia.
– Aunque no te pueda ver, sé que estás aquí junto a mí. Tú me lo dijiste una vez, recuerdas – Acariciando la lápida –, me juraste que nunca me abandonarías, y no lo has hecho, te habrás marchado físicamente pero eso no quiere decir que lo hayas hecho de mi corazón. Vives y vivirás siempre en el, y eso te mantendrá viva a mi lado – con lágrimas resbalando por sus mejillas – y de nuestro hijo. – posando una de sus manos en el vientre que contenía a un nuevo ser producto de su amor. Sin percatarse que sobre ella, reposaba otra imperceptible a sus sentidos. Que también estaba igual de acongojada, pero sonrió al sentir, un pequeño latido que acariciaba su mano.
La pequeña figura se levanta para emprender su marcha. No sin antes, dar un beso a su mano y depositarlo sobre la sepulcral lápida.
Una encapuchada figura que esconde a una alta mujer de negros cabellos con unos ojos del límpido color del cielo, parada frente a ella, la ve marcharse, y lee la inscripción que contenía la lápida.
R. I. P.
Dadre, Etarz Griand
1974 – 2004
“Amante y eterna acompañante, descansa en paz”
Levantando la mirada de la inscripción y observando a la mujer que se aleja. Inicia su eterna caminata tras ella.
Gritaba un hombre ataviado de blanco, en una sala infectada de ellos, tratando de revivir al cuerpo, tendido sobre la camilla, con un desfibrilador.
Pero nadie podía percatarse de lo que sucedía en torno a sus intentos.
El alma del inerte cuerpo salía, para dejarlo frío, sin vida. Y atender al llamado natural de la muerte. Quien distinguía su austera presencia, vistiendo elegantemente un traje negro.
_ ¿Qué?… ¿Por qué?
_ Tranquila, estás muriendo, te tratan de revivir.
El inerte cuerpo, dio un ligero salto ante el impacto. Pero nada, se negaba a regresar, así que el hombre de blanco no dudo volverlo a intentar. Aun sabiendas que un nuevo intento sería en vano.
– Una vez más… ¡póngalo a trescientos!… Atrás.
El sonido característico del electrocardiógrafo, siguió al golpe del cuerpo contra la camilla ensangrentada. Y por último, un sonido ensordecedor que no calmó al los esperanzados en aquel postrero intento.
_ Pero... Tengo que volver… ella me necesita.
_ Ya no puedes hacerlo, ha llegado tu hora.
_ No la puedo dejar sola, menos ahora.
_ No entiendes que ya…
_ ¡No!, tu no entiendes, acaso no lo ves, ella me necesita.
_…
_ Tengo que regresar…
_ …
_ Vamos no se rindan hagan un nuevo intento…por favor…tengo que regresar…por favor.
Las palabras eran inútiles tanto para el colector como para los inperspicaces vivientes. Sólo podían ser percibidos los gritos de desesperación que circundaba todo el esfuerzo, de quien al parecer era algo especial del inútil cuerpo, que yacía muerto en una de las camillas de la sala de urgencia del hospital.
Los ojos de todos los presentes dejaron al cuerpo y dieron paso a la solloza mujer que se abalanzo contra el cuerpo cuando el último intento fallo. Incluso ésta escuchaba apenas las últimas palabras del doctor indicando la hora del deceso:
– Hora de la muerte: diez y quince de la mañana…
– ¡REGRESA! ¡REGRESA! …No me dejes… Reacciona…– Eran las desgarradas palabras de dolor, emitidas por la desconsolada mujer que golpeaba al indefenso cuerpo ensangrentado, sin posibilidad de reaccionar –. No me puedes dejar, por favor regresa…
Sabía que eran inútiles sus intentos. Lo único que le quedaba era derramar las amargas lágrimas, recostada en el pecho de quien al parecer había dejado de luchar. Pero ella ni siquiera se imaginaba que la desesperada alma se debatía con su inesperado visitante para iniciar un viaje que se negaba emprender.
_ No te quiero dejar, no quiero… Por favor ayúdame a regresar ¡AYÚDAME!, acaso no estás aquí para eso.
_…
_ ¡DIME ALGO MALDICIÓN!
_ No puedo ayudarte, es inútil que pidas algo que no puedo hacer, ha llegado la hora de partir y no puedes hacer nada para evitarlo.
_ ¡NO!, tiene que haber algo.
La desconsolada alma desesperada trataba de buscar la forma de regresar, sin encontrar alguna.
Toda su vida paso sin querer ante sus ojos, y no lo entendía, se supone que eso sucede cuándo estás muriendo no cuando ya estás muerto, ¿o, no? Pero no pudo evitar la avalancha de recuerdos que le invadió. La remembranza de toda una vida feliz con la desvalida mujer que sollozaba ante su cuerpo sin vida, y de todas las decisiones que había embargado el estado en el que se encontraba su amada.
_ Por favor permite que me pueda escuchar, sólo eso te pido, por favor.
_ Eso no es posible.
_ Por favor, solo un momento, te lo ruego, por favor.
_ Lo siento.
_ ¡Demonios!, acaso no tienes corazón, no entiendes que necesita saber que no quiero alejarme de ella, que sólo es ¡mi maldita hora!
Únicamente le quedo expresar las palabras anheladas, al aire, sin que las escuchara el receptor deseado.
_ Si pudiera regresar lo haría, sabes que lo haría…Pero no te voy a dejar…Voy a estar siempre junto a ti. Aunque no puedas verme, siempre estaré a tu lado, sólo te pido que nunca te olvides de mí.
Meses después, donde las almas “disfrutan” del descanso eterno. Una rubia mujer, enlutada, estaba sentada en la verde hierba que le brindaba el lugar, hablándole a una fría lápida, como siempre lo hacia.
– Aunque no te pueda ver, sé que estás aquí junto a mí. Tú me lo dijiste una vez, recuerdas – Acariciando la lápida –, me juraste que nunca me abandonarías, y no lo has hecho, te habrás marchado físicamente pero eso no quiere decir que lo hayas hecho de mi corazón. Vives y vivirás siempre en el, y eso te mantendrá viva a mi lado – con lágrimas resbalando por sus mejillas – y de nuestro hijo. – posando una de sus manos en el vientre que contenía a un nuevo ser producto de su amor. Sin percatarse que sobre ella, reposaba otra imperceptible a sus sentidos. Que también estaba igual de acongojada, pero sonrió al sentir, un pequeño latido que acariciaba su mano.
La pequeña figura se levanta para emprender su marcha. No sin antes, dar un beso a su mano y depositarlo sobre la sepulcral lápida.
Una encapuchada figura que esconde a una alta mujer de negros cabellos con unos ojos del límpido color del cielo, parada frente a ella, la ve marcharse, y lee la inscripción que contenía la lápida.
R. I. P.
Dadre, Etarz Griand
1974 – 2004
“Amante y eterna acompañante, descansa en paz”
Levantando la mirada de la inscripción y observando a la mujer que se aleja. Inicia su eterna caminata tras ella.
2 comentarios:
Que bonitooo!!! :'(...casi me hace llorar...es muy muy bello..felicidades =)
Comentario de:
Lou Lane (Juli 07 del 2006)
La verdad muy bueno,sta interesante,el final pss,es algo triste q muriera,pero lo mas lindo ,es q ella sabe q hay alguien a su lado q aun en la muerte no la dejara sola ,100pre stara con ella....muy lindo ,felicito (a la persona o las personas ) quienes lo escribieron,,..escriban algunas mas psss.....
Comentario de:
Elena (Enero 10 del 2007)
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